"Se
encadenaba con otras damas en las rejas del Congreso y de la Corte Suprema,
provocando un bochornoso espectáculo que ponía en ridículo a sus maridos. Sabía que
Nívea salía en la noche a pegar pancartas sufragistas en los muros de la ciudad y era
capaz de pasear por el centro a plena luz del mediodía de un domingo, con una escoba
en la mano y un birrete en la cabeza, pidiendo que las mujeres tuvieran los derechos
de los hombres, que pudieran votar y entrar a la universidad, pidiendo también que
todos los niños gozaran de la protección de la ley, aunque fueran bastardos".
Otro polo totalmente opuesto es representado por el pederasta, violador y mujeriego Esteban Trueba, que conforma la imagen del déspota conservador. Esta es su opinión del lugar de la mujer en la sociedad:
"Si las mujeres no saben sumar dos más dos, menos podrán tomar un bisturí. Su
función es la maternidad, el hogar. Al paso que van, cualquier día van a querer ser
diputados, jueces, ¡hasta Presidente de la República! Y mientras tanto están
produciendo una confusión y un desorden que puede terminar en un desastre. Andan
publicando panfletos indecentes, hablan por la radio, se encadenan en lugares públicos
y tiene que ir la policía con un herrero para que corte los candados y puedan
llevárselas presas, que es como deben estar. Lástima que siempre hay un marido
influyente, un juez de pocos bríos o un parlamentario con ideas revoltosas que las
pone en libertad... ¡Mano dura es lo que hace falta también en este caso!".
Por último, la clase alta, ajena a los males de su país y de sus compatriotas:
"La clase alta, sin embargo, dueña del poder y de la riqueza, no se dio cuenta del
peligro que amenazaba el frágil equilibrio de su posición. Los ricos se divertían
bailando el charlestón y los nuevos ritmos del jazz, el fox-trot y unas cumbias de
negros que eran una maravillosa indecencia. Se renovaron los viajes en barco a
Europa, que se habían suspendido durante los cuatro años de guerra y se pusieron de
moda otros a Norteamérica. Llegó la novedad del golf, que reunía a la mejor sociedad
para golpear una pelotita con un palo, tal como doscientos años antes hacían los indios
en esos mismos lugares. Las damas se ponían collares de perlas falsas hasta las
rodillas y sombreros de bacinilla hundidos hasta las cejas, se habían cortado el pelo
como hombres y se pintaban como meretrices, habían suprimido el corsé y fumaban
pierna arriba. Los caballeros andaban deslumbrados por el invento de los coches
norteamericanos, que llegaban al país por la mañana y se vendían el mismo día por la
tarde, a pesar de que costaban una pequeña fortuna y no eran más que un estrépito
de humo y tuercas sueltas corriendo a velocidad suicida por unos caminos que fueron
hechos para los caballos y otras bestias naturales, pero en ningún caso para máquinas
de fantasía. En las mesas de juego se jugaban las herencias y las riquezas fáciles de la
posguerra, destapaban el champán, y llegó la novedad de la cocaína para los más
refinados y viciosos. La locura colectiva parecía no tener fin".
Por antiguas que parezcan las perspectivas, se dan casos en la actualidad. Esa es la principal característica de una gran novela: reconocer su lectura en tu escritura vital.
Un saludo.
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