"Pero Esteban Truebaa no era hombre de dejarse amedrentar por historias de fantasmas que deambulan por los corredores, por objetos que se mueven a la distancia con el poder de la mente o por presagios de mala suerte, y mucho menos por el prolongado silencio, que consideraba una virtud".
"Esteban sufrió un escalofrío cuando la vio, convencido de que había sido burlado por el destino y en vez del Trueba legítimo que le prometió a su madre en el lecho de muerte, había engendrado un monstruo y, para colmo, de sexo femenino".
"Tomó un coche y le dio la
dirección de la casa de su madre. La ciudad le pareció desconocida, había un desorden
de modernismo, un prodigio de mujeres mostrando las pantorrillas, de hombres con
chaleco y pantalones con pliegues, un estropicio de obreros haciendo hoyos en el
pavimento, quitando árboles para poner postes, quitando postes para poner edificios,
quitando edificios para plantar árboles, un estorbo de pregoneros ambulantes gritando
las maravillas del afilador de cuchillos [...] -Ésta es una ciudad de mierda -concluyó".
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